MITAD HOMBRE, MITAD ANIMAL

 


“Del cielo a la tierra y de la tierra al infierno hay un paso”.

Alguna vez escuché esa frase cuando apenas era un niño de nueve años. Sin embargo, veintiséis años después pude comprobar su veracidad al caer accidentalmente en el infierno.

No creí que un simple agujero ubicado en la inmensidad del desierto de La Guarnía, sea el atajo que usa Lucifer.


Recuerdo que buscaba protegerme de la inclemencia de la zona y del clima. Por eso entré allí, dí unos cuantos pasos hacia mi norte y de lo demás no me acuerdo.

Sólo sentía que caía al vacío.
Si no le temiera a las alturas, no me hubiera desmayado antes de caer al suelo.

No sé cómo pero llegué hasta el fondo del abismo, sin recibir ni un solo rasguño.

Abajo había dos charcos enormes con magma hirviendo que rodeaban el estrecho sendero, el mismo que me guiaba hacia el frente.

De aquellos charcos se producían unos lamentos que me erizaban la piel.

El susto que me llevé fue tremendo cuando se levantaron de los dos charcos, cuatro esqueletos humanos que intentaron raptarme.

Tuve la suerte de poder esquivarlos a todos y luego desaparecieron bajo la lava hirviendo.

Recorrí el único camino, el cual me llevó a un lugar despejado y oscuro.

Mientras caminaba con cautela, choqué contra un objeto maciso con la punta del zapato izquierdo; el cual provocó un suave sonido metálico.

Cinco pasos siguientes y me golpeé la cara con una puerta de madera.
El choque y mis quejidos se escucharon muy fuertes.

A mi costado izquierdo, una sombra tenebrosa crecía sin disimulo. Cada vez que se elevaba, se escuchaba el desagradable ruido de las cadenas en el aire y parte del hierro arrastrándose en el suelo.

De repente se hizo la luz.

Primero aparecieron dos “ojos de gato” y luego terminaron siendo seis. El par central se hallaba desalineado (más arriba), de los dos extremos.

Eran unos ojos enormes y amarillentos que pertenecían a un lobo gigantesco. Tenía sarna y tres cabezas horribles.

El animal custodiaba la puerta con la que me hube chocado anteriormente.

Lamenté haber despertado a la criatura.

Lloraba y le rezaba a Dios para que me sacara de ésta situación.

Sentí la mordida de un perro en el muslo derecho. Su cola fue tan rápida que no pude evitarla.

Después de eso, mi cuerpo se calentó debido a la fiebre y con ella vinieron las náuseas. Vomité un poco de sangre, revuelta con un líquido amarillo y me desmayé sin darme cuenta.

Al despertarme, estaba desnudo y en medio de un bosque.

Tardé una semana en llegar al pueblo más cercano. En las afueras encontré unas prendas viejas y las usé para caminar en medio de sus calles como si fuese un mendigo.

En un muro colgaba un periódico con el siguiente título: El lobo de dos metros que devoró a tres campesinos, aún está suelto.

Me fijé en el rostro de las víctimas y recordé lo que les hice hace una semana.

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